Ya hace más de una semana que mi niña cumplió los 20 meses, y ahí seguimos, con la teta en marcha. Jamás hubiese creído que llegaríamos hasta aquí, especialmente porque llegar a los seis meses fue para mí todo un reto, y la cantidad de veces que estuve a punto de abandonar no fue pequeña. Sin embargo, más tarde, cuando ya no estaba tan agobiada con eso de que mi leche era su única fuente de alimento, y cuando empezaron a desaparecer las grietas, las perlas de leche, las mastitis… la lactancia se convirtió en algo tan simple, al menos por comparación con esos primeros meses de pesadilla, que no vi clara la necesidad del destete. Y así, después de los seis meses me dije: “Bueno, lo puedo mantener unos meses más”, y después de esos meses más: “Bueno, a ver si llego al año”, y así, sin que ningún día llegue el día, hemos seguido adelante.
Creo que ahora que ya solo quedan cuatro meses es bastante probable que llegue a los dos años, por aquello de que es lo que recomienda (como mínimo) la OMS. Así que ya veis, una lactancia que empezó con desconocimiento por mi parte y sin demasiada convicción de mi capacidad de amamantar, que fue avanzando a trancas y barrancas, resulta que se ha convertido en lo que ahora llaman una “lactancia materna prolongada” (y lo que antes era lactancia, a secas). Es una grata sorpresa, es cierto.
Pero también es infrecuente, lo dicen las estadísticas. Hoy en día, llegar a los seis meses dando el pecho es todo un hito, porque la vida laboral no nos pone las cosas nada fáciles a las madres recientes. Y por eso también es cierto que me siento un poco bicho raro ahora mismo, y cuando mi pareja le dice a la gente en alguna reunión social “ella está dando el pecho bla bla bla” (por ejemplo, para justificar que no tome alcohol), preferiría que no dijera nada, llevarlo como en secreto, porque siento la incomprensión a mi alrededor, unas veces mejor disimulada y otras veces, directamente, sin disimulo alguno. Me miran como si fuese un extraterrestre (no se puede tomar una copa porque tiene que darle teta a una niña que ya camina, ¿a quién se le ocurre?).
No es que no pueda lidiar con esas miradas, porque siempre he sido bastante extraterrestre en general y estoy más que acostumbrada, pero acuso bastante el hecho de que me juzguen. Y, sin embargo, yo soy la primera que se deja juzgar, de eso no hay duda. Hoy he ido al médico porque tengo unas anginas de caballo, y me han mandado un antibiótico fuerte. Le he dicho al médico que estaba dando el pecho y que por favor comprobara en e-lactancia que podía tomar ese medicamento (me ha hecho caso, lo puedo tomar sin problemas) y, como ha dado la casualidad de que él es padre primerizo reciente y tiene un bebé de tres meses que toma el pecho, me ha preguntado que qué tiempo tenía mi hija. Cuando le he dicho 20 meses se ha sorprendido, no me cabe duda, y aunque su cara de sorpresa era patente, no ha dicho nada del tipo: “¿Tan mayor y aún tomando pecho?”. Yo creo que su cara era más bien: “Si mi mujer tiene que dar el pecho 20 meses le da un patatús”, porque le estaba costando y se habían puesto como meta los 6 meses (me suena). Así que ya me veis a mí, explicándole que es que no había visto necesidad de destetar porque al principio fue complicado pero luego ya no, que si ahora solo mamaba una vez al día para relajarse antes de dormir (mentira cochina), que si esto, que si lo otro… He hablado más de esto que de los motivos de salud que me han llevado a la consulta.
Pero es que nadie me lo ha pedido, y si me lo hubiera pedido, no tendría por qué responder. Ahora tengo rabia por toda la retahíla de argumentos que le he dado, algunos directamente descafeinados con respecto a la realidad para justificarme (en plan: “Sigo dando el pecho porque ya no me cuesta ningún esfuerzo”, pero no es verdad, me cuesta esfuerzo muy a menudo, especialmente por las noches). Cada madre tiene que hacer lo que considere oportuno, así que debería haberme limitado a decirle “mi hija tiene 20 meses” y cambiar de asunto, sin que la edad de mi hija en contraste con su lactancia fuese un tema de conversación.
Nos pasamos el día siendo juzgadas como madres: que si damos el pecho, que si no lo damos, que si le llevamos a la playa a tal hora, que si no le llevamos, que si come tal cosa, que si no la come… Pero, al menos en mi caso, la culpa es mía, que me dejo juzgar desde el mismo momento en que doy explicaciones a un desconocido sobre algo que no tiene nada que ver con el motivo que me ha llevado a su consulta.
Se acabó, ya no la justifico más. Esta lactancia es nuestra, de mi hija y mía (y un poco del papi, claro ;-)) y la vamos a vivir como nosotras queramos, en nuestra intimidad.
¿Y vosotras qué opináis? ¿También os sentís obligadas a justificar vuestras decisiones cuando la gente os mira con incomprensión? ¿O sois más de que os resbale?
¡Un abrazo a todas!