Aunque mi hija solo tiene 16 meses, ya empecé ayer sin darme cuenta con mi primera frase de madre, ¡sí! ¡Tan pronto! La piedra para convertirme en una madre de las de toda la vida ha echado a rodar por la ladera de la maternidad, así que esto ya es inexorable.
La primera vez que mi hija dijo mamá no la recuerdo. Siempre pensé que sería una especie de momento mágico digno de recordar para toda la eternidad, anotándolo en el calendario con un corazoncito o algo cursi… pero no. Lo cierto es que ese momento se ha diluido entre las rutinas del día a día, entre el resto de sus monerías diarias (¡que son tantas a esta edad!) y ya soy incapaz de recordar si ese suceso tuvo lugar hace tres meses, o hace cuatro… No lo sé, y me gustaría, así que a ver si saco huecos para el blog, que al final me sirve como una especie de diario de “hitos de mi primera hija”. En fin, mi sensación es rara, es como si mi hija me hubiera estado llamando siempre.
De hecho, su dominio ahora es tal que puede llamarme indistintamente mamá o mami, y ha aprendido a decirlo en modo metralleta, “mamimamimamimami”, o en modo megáfono, “mamiiiiiiiiiiii”. Así que ayer, durante el trayecto de vuelta a casa en coche, en el que la niña estaba muy cansada y todo el rato me llamaba sin parar para que le diese una solución que no le podía dar (aún no he aprendido a teletransportarnos, tiempo al tiempo…) le dije:
“Ay, hija, ¡me vas a borrar el nombre!”
Pues hala, ya estaba dicho; ahora no lo puedo negar porque el padre de la metralleta estaba presente.
Así que ya veis. Ha empezado mi metamorfosis de madre moderna a madre vintage. En fin, tampoco estará tan mal, que a nosotras nos han criado esas madres y tampoco hemos salido trastocadas.
¡Un abrazo a todas!