Ya han pasado casi 8 meses desde aquel día de noviembre en que pasé de tener una barriga enorme porque tenía un bebé dentro a tener una barriga enorme porque acababa de tener un bebé. Pues bien: mi barriga sigue ahí (gracias a Dios, claro, con algo tengo que hacer la digestión), pero no hay forma de que vuelva a ser la que era. Es cierto que ya no tiene ese volumen tan pronunciado como el que tiene cuando estás recién parida, que es más o menos de 4 o 5 meses (solo faltaría estar así casi 8 meses después) pero sí que es, como mínimo, una barriguita de 2 meses de embarazo. Una curvita fea que antes no estaba y que me ha hecho coger la manía de subirme la cinturilla del pantalón justo encima, así un poco apretujada y formando dos michelines, uno por encima y otro por debajo, para que la curva pase a tener forma de ocho. Ahora que me fijo, así descrito no parece que logre su propósito de disimular, más bien es como si pusiese un letrero luminoso diciendo: “¡Eh, mira qué barriga!”.
Fotografía de mi barriga convenientemente recortada por la izquierda para disimular el volumen real del asunto. En la fotografía se aprecian también mis nuevos mejores amigos: el michelín de la zona lumbar y la marca que me deja el elástico de las braguitas.
Ignoro si es porque los abdominales aún están distendidos y no he conseguido fortalecerlos (no he hecho ningún ejercicio con este propósito) o si es por el exceso de grasa que sigue en mi cuerpo. Aún me sobran unos 6 kilos, nada más y nada menos. Aquello de: “Voy a ver si pierdo 3 kilitos para el verano” yo ahora lo duplico. Hasta ahora no le había dado demasiada importancia. Primero me decía a mí misma: “Tranquila, estás dando el pecho, dar el pecho adelgaza”. Luego me decía: “Bueno, dar el pecho adelgaza pero se nota mucho más a partir de los 6 meses, seguro que luego lo pierdes todo”. Y ahí han pasado los 6 meses y no hay manera, solo he bajado un par de kilos en todo este tiempo. Claro, con la excusa de que no es lo suyo ponerse a dieta si estás dando el pecho y el autoengaño de que todas las calorías que me sobran se las come mi pequeñaja, pues por lo visto yo me pongo tibia comiendo.
Si a esto le añadimos que estamos planificando el bautizo de la enana para final de verano, y que ahora mismo no quisiera tener que comprarme un vestido bonito porque seguramente me echaría a llorar amargamente en el probador, esta semana me he plantado y he decidido que no puede ser. ¡Voy a perder esos kilos malditos! Así que estáis avisadas: a partir de ahora tendré que daros un poco la brasa con mis intentos, frustrados o no, de recuperar la línea de antes. A comer sano y a pasear sin descanso con el carrito, y a ver si la cosa da su fruto.
Pues nada, a ver qué se puede hacer… no pido milagros, desde luego. Puede que la cinturilla de ocho siga ahí; pero un ocho un poco más chiquitito, por favor.