Doña Mancha o la historia de mis nuevos lamparones

Pues sí, en eso me he convertido, en doña Mancha; o al menos así me llama mi pareja ahora. Yo, la pulcra, la que comía de una forma tan exquisita que no se manchaba nunca, jamás de los jamases, la que se reía de todos aquellos pobres torpes de mi familia que se echaban lamparones, me he convertido en la reina de todos ellos. No hay almuerzo o cena que se salde sin una mancha como mínimo, y por supuesto casi todas van a la barriga, porque sobresale del resto del cuerpo.

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Desde que estoy embarazada no paro de mancharme durante todas las comidas, cosa que antes no me ocurría.

Pero lo más curioso es que el motivo por el que me mancho es que soy mucho más torpe masticando o llevándome la comida a la boca que antes. Veo como a cámara lenta que la cuchara se va acercando a mi boca y, sin poder evitarlo, parte de su contenido se derrama muy lentamente, hasta acabar estampado en mi ropa; o lo que es peor, ¡se me cae de la boca estando dentro! Estoy masticando y se desprende un fragmento que acaba en cualquier lugar (todo muy sexy y glamuroso, claro), o estoy bebiendo la leche del desayuno y se me cae una porción por la comisura hasta acabar chorreando hacia algún lugar inapropiado. En fin… ¡qué síntoma más raro! ¿Verdad? Pero ahí está, por más que me duela.

Desde aquí quiero pedir perdón a todos aquellos manchadores profesionales de los que alguna vez hice burla: de verdad que ahora os comprendo.

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