Desde que nació el Monstruito, hace menos de tres meses, me ha pasado unas cuantas veces. He llorado de nervios, de angustia, de cansancio… pero entre tantas lágrimas desagradables he llorado también de felicidad. Por las mañanas normalmente estamos las dos solas en casa, y cuando empiezo a decirle cosas y ella me mira, me sonríe, intenta interaccionar y conversar… me siento tan afortunada que duele.
Y entonces me da por llorar, y ella muda el gesto y me mira como preocupada, como si dijera: “Mami, ¿por qué lloras? ¿Estás triste?”, y yo le explico que mamá no está triste, al contrario, que a veces la alegría es tan grande que no cabe y te rebosa por los ojos, que se puede llorar de felicidad y de plenitud, llorar por un amor inmenso.
Porque tenemos al Monstruito a nuestro lado, y a pesar de los momentos duros, del agotamiento, de esa sacudida que recorre tu vida de punta a punta como un terremoto y la pone del revés, solo saber que está aquí y que vamos a cuidarla y a educarla y a hacer lo posible por que sea una persona feliz y comprometida, me hace entender que nunca antes, jamás, emprendí proyecto tan importante y tan magnífico. Voy a poner todo mi esfuerzo y toda mi voluntad en él…
Un proyecto que ha aumentado mis miedos, pero también ha empequeñecido mis problemas hasta convertirlos casi en nimiedades que se saltan descalza, y que ha cambiado la perspectiva de mi visión del mundo, subiéndome a mirarlo desde la cima de una montaña.
Gracias bebé, por venir a este mundo y por mis lágrimas de felicidad, que no son tu culpa sino tu causa.