Esta semana he conocido el caso de un matrimonio con edad de estar ya jubilados que han dedicado muchos años (muchísimos, toda una vida) a acoger a niños que necesitaban una casa nido. No es una cuestión de satisfacer unos deseos de paternidad o de maternidad, ellos tienen 3 hijos propios, pero aún así decidieron hacer esto. Hasta tal punto que han tenido acogidos a 22 niños (en distintos momentos, claro) desde que iniciaron esta aventura. Conocerles me ha hecho meditar muchísimo… de hecho yo diría que me ha marcado y que incluso me ha cambiado un poco la vida.
Mi pareja y yo habíamos hablado de eso muy a menudo, especialmente antes de estar embarazada y cuando no sabíamos si tendríamos o no algún problema de fertilidad. Pero, ahora nos damos cuenta, siempre habíamos enfocado la acogida temporal de una forma absolutamente egoísta. Es decir, nuestro enfoque era: “tienes a un niño durante un tiempo, años incluso, y luego te lo quitan. No podría soportar semejante sufrimiento”. Pero no nos dábamos cuenta de lo esencial: mientras ese niño está contigo no está ni en un centro ni en un hogar lleno de miedo y de sufrimiento; está en un lugar en el que recibe amor, cuidados, buena alimentación y vestido, juguetes y todo aquello de lo que carecería en otras circunstancias. Recibe una oportunidad de tener el futuro que parece que le venía ya negado cruelmente desde el nacimiento, y esto es algo muy bonito y sobretodo muy, muy generoso, porque supone poner el bienestar del niño por encima de tu pena de dejarlo marchar.
Como digo, este matrimonio ha acogido a 22 niños. Detrás de cada niño hay una historia estremecedora, ese tipo de vidas que a veces creemos que solo existen en las películas pero que están ahí, a nuestro alrededor: maltratos físicos, abusos sexuales, abandono… En la actualidad tienen a 3: un niño de 13 años que lleva con ellos desde el mes (y del que tienen la patria potestad hasta los 18 años, sin ser adopción, y que les llama “papá” y “mamá” a pesar de que tiene a su madre biológica y la ve con cierta frecuencia), un bebé de 6 meses y una niña de 18 meses. La mujer nos contó que a la niña de año y medio (hija de toxicómanos) le costó muchísimo socializar, que venía con muchísimos traumas y no se iba con nadie. Pues bien, ahora se va con todo el mundo. Le sonríes, le estiras la manita, y ella te coge de la mano, se va a pasear contigo, te pide que la cojas en brazos, te abraza y te da besitos con tanta alegría… Solo de recordarla, tan dulce y tan cariñosa, con esa inocencia tan profunda, es que me da por llorar. Me he dado cuenta del bien tan grande que le está haciendo esta gente a esa pequeña, le están dando una oportunidad en la vida, algo que a nadie se le debería negar y menos a un niño. Le están dando tanto amor que están dispuestos a renunciar a ella cuando corresponda.
Le preguntamos a la mujer, obviamente, que qué pasa cuando hay que entregar a los niños, que si no le duele demasiado. Dijo que sí, que ella llora mucho, pero que cuando se van a un hogar en adopción, donde son profundamente queridos y deseados, sabe que esos niños van a tener una familia y que van a ser felices, y que eso la consuela y la anima a seguir realizando esta labor. Además sigue en contacto con los padres adoptivos, que le mandan fotos y le comentan la evolución del pequeño, y estos padres adoptivos saben que ese niño ha estado cuidado con mimo en un hogar tan cálido como su propia casa.
Como veis, mi visión ha cambiado radicalmente, me he dado cuenta de que mi pensamiento era muy egoísta y nada generoso. De hecho, tanto ha cambiado que estamos pensando que en el futuro, cuando nuestro bebé (o bebés, si tenemos varios) hayan crecido y tengan una cierta edad autosuficiente, nos plantearemos seriamente dar un hogar temporal a niños que lo necesiten. Los padres de acogida son el trampolín para una vida feliz de miles de niños, gracias por vuestro buen corazón.